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Por Fernanda Contreras.

Cuernavaca.- Con el corazón lleno de emociones encontradas y la piel aún erizada por la intensidad del momento, la comunidad de Ocotepec vivió una vez más, la representación de su fe. 

En el centro de esta tradición, Marcelo Ballastra Torres se preparó para encarnar a Jesús en el viacrucis, un papel que asume con profunda humildad y consciente de la trascendencia espiritual que encierra cada paso, cada caída, cada palabra 

pronunciada. 

Para él, este acto no solo fue una representación, sino una inmersión de amor divino, un sacrificio que resuena en lo más profundo de su ser.

Entre la multitud que se congrega con devoción en las calles empedradas de este poblado doña Juana Román, proveniente de Zacatepec. Asistió por primera vez a presencia con sus propios ojos la mezcla de fervor y recogimiento mientras anticipa el desarrollo de la Pasión de Cristo. 

Para ella, presenciar este acto es una oportunidad para conectar de manera íntima con el sacrificio de Jesús, un acto supremo de amor que trasciende el tiempo y el espacio.

Este año, la representación de la “Pasión de Cristo” en Ocotepec alcanza un hito significativo: dos siglos de tradición ininterrumpida. Doscientos años en los que generaciones de habitantes han mantenido viva esta manifestación de fe, transmitiendo de padres a hijos el fervor y la solemnidad que envuelven cada escena.

Los preparativos se han llevado a cabo con esmero, cada detalle cuidado con la reverencia que merece un evento de tal magnitud. Los actores, muchos de ellos habitantes del pueblo, se preparan física y espiritualmente para encarnar a los personajes bíblicos, conscientes del peso emocional y espiritual que conlleva su papel.

Para los visitantes, llegar a Ocotepec durante la representación del viacrucis es sumergirse en una experiencia que trasciende lo meramente visual. Es ser testigo de una fe viva, palpable en cada rostro, en cada oración susurrada, en cada lágrima derramada. 

Es presenciar cómo una comunidad entera se vuelca en la conmemoración de un evento que marcó la historia de la humanidad, reviviendo con intensidad el sacrificio y el amor incondicional que lo sustentan.

Al concluir la representación, queda en el aire una sensación de profunda conmoción y, a la vez, de esperanza renovada. Los visitantes, con el corazón tocado por la intensidad de lo presenciado, se llevan consigo no solo la imagen de un evento religioso tradicional, sino también la certeza del inmenso amor que fue capaz de trascender el dolor y la muerte, un mensaje que resuena con fuerza en el corazón de cada peregrino de la fe.

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