
Por Fernanda Contreras.
Cuernavaca.- Miguel Pacheco es un hombre que se ha dedicado a la tapicería desde hace 45 años. Su labor comenzó cuando tenía 12 años, como un modesto ayudante en el negocio familiar.
Desde entonces, ha dedicado su vida a transformar y restaurar, a darle una segunda oportunidad a aquello que el tiempo desgasta. Pero más allá de la maestría en su labor, la historia de Miguel es un testimonio de amor y sacrificio paterno, un relato que cobra especial relevancia en este Día del Padre.
A sus 58 años, Miguel no solo es un artesano; es un pilar para sus dos hijos, de 32 y 28 años. Fue el trabajo en la tapicería lo que le permitió forjar un camino para ellos, ofrecerles un sustento y una base para su futuro. Con cada puntada y cada pieza restaurada, Miguel invertía no solo su habilidad, sino también sus sueños y esperanzas para sus retoños.
A lo largo de estas décadas, la tapicería ha evolucionado. Miguel recuerda cómo la calidad de los materiales ha cambiado: “los materiales eran mejores y más baratos. Ahora ya más caros y más corrientes”. A pesar de estos desafíos, su taller ha sabido adaptarse, abarcando diversas ramas como muebles, coches, persianas y alfombras.
Lo que más disfruta Miguel de su trabajo es ser testigo de la transformación de cada pieza. “Como quedan los trabajos, como vienen y como se van”, comenta con una sonrisa. Esa gratificación va más allá de lo económico; es la satisfacción de un trabajo bien hecho, de un legado de habilidad y dedicación que se refleja en cada tapiz y en la vida que ha construido para los suyos.
En este Día del Padre, Miguel Pacheco envía un mensaje conmovedor a sus hijos y a todos los que tienen la dicha de tener un padre: “que los apoyen, que los quieran mucho, que los cuiden porque no sabe uno cuándo va uno a irse”. Sus palabras son un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de valorar los lazos familiares.