
Por Fernanda Contreras.
Cuernavaca, Mor.- La historia de un pueblo se escribe en sus plazas y mercados, en el ir y venir de la gente, en el eco de las voces que ofrecen sus productos y en el trato amable que sella cada venta.
El mercado Adolfo López Mateos, de Cuernavaca (ALM) es mucho más que un centro de abasto; es el corazón palpitante de la ciudad, un lugar que ha forjado la vida de generaciones de comerciantes.
Julián Albavera, a sus 70 años, es un testigo viviente de esta tradición. Su historia como comerciante comenzó desde niño, con apenas 7 años, cuando acompañaba a su padre a vender en abonos por los municipios de Morelos. Esos viajes sentaron las bases de lo que se convertiría en su vocación.
Hoy, con más de medio siglo de trabajo en el mercado, Julián recuerda con cariño cómo llegó a su puesto de la mano de sus suegros. “Se dice fácil, pero son 50 años”, afirma con una sonrisa. Su negocio de venta de verduras, que inició en el antiguo mercado del reloj, se trasladó al ALM después de la demolición del anterior centro comercial-, un cambio que le permitió seguir construyendo su patrimonio.
Julián ha visto a sus clientes crecer, casarse y regresar con sus propios hijos, en un ciclo de fidelidad que lo llena de orgullo. Para él, la clave del éxito es sencilla: tratar bien al cliente, ofrecerle “peso exacto” y brindar una atención genuina.
Sin embargo, su camino no ha estado exento de desafíos. La historia del mercado está marcada también por los incendios, uno de ellos en el año 2010, consumió el 60 por ciento de los comercios por lo que Julián los recuerda con tristeza. La imagen de “tres columnas de humo” elevándose desde el mercado es un recuerdo que lo persigue, una triste experiencia que, sin embargo, se convirtió en un motor para seguir luchando. Para Julián, la vida de comerciante es una rutina de la que no quiere escapar. “Yo siento que si estoy en la casa, me enfermo”, confiesa, reflejando el profundo arraigo que siente por su labor.
Otro pilar del mercado es Bernarda Santiago, una mujer con más de 60 años que también se ha dedicado a la venta de frutas, desde su juventud.
Llegó al ALM cuando tenia 13 años, traída por su padre, y desde entonces no ha dejado de trabajar Bernarda comparte la visión de Julián sobre la importancia de la comunidad del mercado y la resiliencia que ha demostrado frente a la adversidad.
Ella también vivió en carne propia el dolor del incendio que afectó al mercado, el cual dejo sin patrimonio mil comerciantes, “Nos sentimos muy tristes, muy abatidos”, recuerda. La incertidumbre y el miedo se apoderaron del lugar, y las ventas ya no eran las mismas. Sin embargo, ve con optimismo las mejoras recientes en la infraestructura.
El Día del Comerciante es una ocasión para celebrar el esfuerzo de estos hombres y mujeres que, como Julián y Bernarda, dedican su vida a mantener vivo este patrimonio de Cuernavaca. Ellos representan la tenacidad y el espíritu de lucha que define a este oficio.