
Por Fernanda Contreras.
En Cuernavaca palpita la esencia pura de la infancia, tejida de sueños y alegrías cotidianas. A través de los ojos brillantes de Melanie, Manuel, Frida e Ivanna, percibimos un universo donde la imaginación juega sin límites y cada día es una nueva aventura por descubrir. Sus anhelos y las pequeñas cosas que iluminan sus días nos recuerdan la importancia de nutrir la felicidad en esta etapa crucial de la vida.
Melanie, con sus ocho años llenos de energía, cursa el tercer grado de primaria y atesora con especial ilusión la celebración del Día del Niño. Para ella, esta festividad es sinónimo de alegría desbordante, una jornada mágica donde la escuela se transforma en un escenario de juegos y risas compartidas.
Manuel, con tan solo seis años, ya alberga en su corazón una noble aspiración: convertirse en policía. La admiración por la labor que desempeñan quienes velan por la seguridad de la comunidad lo impulsa a soñar con portar el uniforme y ser un protector.
La imaginación desbordante de Frida, a sus cinco años, la transporta a mundos de fantasía donde los roles se intercambian y la diversión no tiene fin. Su anhelo de ser youtuber en el futuro refleja la influencia del mundo digital en las nuevas generaciones, pero su presente se nutre de juegos tradicionales y la compañía de sus seres queridos.
Ivanna García, a sus diez años, encuentra su mayor alegría en compartir momentos especiales con su hermana menor. Este lazo fraternal fortalece su sentido de la empatía y el cuidado. Aunque la escuela no figura entre sus actividades favoritas, una vocación inesperada florece en su interior: ser maestra.