En Opinión de Samuel Palma
Por Samuel Palma
Los regímenes democráticos nunca están exentos de vivir riesgos que los conduzcan a la fractura. Incluso una democracia tan consolidada como la norteamericana, estuvo en vilo en la ocasión del asalto que se escenificó en el Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando tenía lugar la sesión conjunta del poder Legislativo para certificar la victoria de Joe Biden a la presidencia de la República, lo que dejó un saldo de 5 muertos y más de 60 heridos.
En otra latitud, apenas el domingo 8 de enero de 2023 un grupo de seguidores de Bolsonaro tomaron la sede del poder Ejecutivo, de la Suprema Corte y del Congreso Nacional en repudio al presidente en funciones de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien arribó al gobierno después de ganar las elecciones en la segunda vuelta el 30 de octubre pasado.
El rasgo en común de ambos países fue lo competido de sus respectivas elecciones; en el caso de los Estados Unidos los porcentajes entre los contendientes fueron de 51.38 % del Biden, contra 46.91% de Trump; en Brasil el presidente Lula ganó con el 50.9%, contra el 49.1 % de su adversario.
Un suceso que sí condujo a la deposición del gobierno ocurrió en Perú hace apenas unos días, cuando el presidente en funciones, Pedro Castillo, decidió disolver el Congreso (22 de diciembre de 2022), lo cual fue calificado como un golpe de Estado por el Tribunal Constitucional, que fue acompañado por la decisión del Parlamento de destituir a Pedro Castillo por “permanente incapacidad moral” y, en consecuencia, la asunción del gobierno por la entonces vicepresidenta, Dina Boluarte Zegarra. Cabe señalar que el efímero gobierno de Castillo fue producto de las elecciones del 6 de junio de 2021, en donde obtuvo el triunfo con el 50.7% de los votos, en contra de Keiko Fujimori, quien alcanzó el 49.87%, en segunda vuelta.
Otro proceso electoral emblemático en el continente es el colombiano, mismo que se realizó el 19 de junio de 2022 y que llevó a la presidencia a Gustavo Petro con el 50.44% de los votos, en contra de Rodolfo Hernández, quien alcanzó el 47.31%, en segunda vuelta.
El rasgo de la competitividad en las elecciones parece un tema que tiende a reiterarse en buena parte del continente. La forma como resuelven los sistemas políticos las disputas electorales, especialmente cuando se presentan condiciones casi de equivalentes entre los principales contendientes al gobierno, es distinta conforme a las normas y sistemas electorales de cada uno. El famoso balotaje o segunda vuelta que es común en varios países sudamericanos tiende a una repartición del voto por mitades, lo que es diferente al caso norteamericano que se realiza a una sola vuelta y con un sistema de conteo a partir de los famosos votos electorales.
Pero lo que puede destacarse es la tensión que ocurre cuando se imbrican elecciones competitivas, polarización política y cuestionamiento de las instituciones y prácticas democráticas, de modo de poner en entredicho la legitimidad de los procesos electivos; máxime si tal contextura tiene lugar en un ambiente en donde irrumpe una forma de liderazgo de corte populista o con tendencias al caudillismo, que coloca a quien lo ejerce por encima de las instituciones y de las leyes.
Tales ingredientes estuvieron presentes en la crisis política norteamericana de 2021 y, con distintos matices, en los sucesos recientes de Brasil y otro poco en Perú. El hecho es que la polarización es un ingrediente en extremo peligroso, especialmente en elecciones que son competitivas; los indicios muestran que la concurrencia de ello con la presencia de liderazgos que promueven una eticidad o argumentación por encima de la razón pública que es enarbolada por el entramado de instituciones, acaba siendo corrosivo para la estabilidad democrática.