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 viernes 29 de marzo del 2024     6:33 am

En opinión de Samuel Palma

Poe Samuel Palma

Muchas de las prácticas democráticas que están hoy en día en uso, provienen de procedimientos y formas originadas en los siglos V y IV a. C., conforme se instituyeron en Atenas; tal es el caso de las votaciones a mano alzada y de las de carácter secreto y directo que subsisten hasta la actualidad. La palabra isopsephía significaba para ellos igualdad de voto, al tiempo que la psephos se le denominaba a la piedrecilla que se depositaba en una urna cuando se aplicaba la votación que hoy llamamos nominal.

Otra de las prácticas se refería al ejercicio de los cargos por sorteo y de forma rotatoria que, junto con el ejercicio de las votaciones, constituían las instituciones básicas de la democracia; en sentido contrario, una elección de representantes por larga duración y no revocables, resultaba contraria a la naturaleza pública de la función, pues degeneraba en una especie de enajenación del poder político.

La referencia que aquí se hace está relacionada con la elección de los consejeros del INE, misma que considera que podrá derivar a una insaculación en el caso de que no se alcance la votación requerida en el pleno de la Cámara de Diputados. Lo primero a señalar es que, en efecto, la insaculación es una práctica de profundo raigambre democrático; entre sus virtudes está el hecho de que desvincula el acto de la designación con la de una pretendida filia o compromiso específico de quien resulta nombrado en cuanto a algún tipo de padrinazgo directo.

A contrario censo de lo anterior, está el hecho de que, si el procedimiento para concluir en una lista de candidaturas se encuentra viciado, sea cual fuese el método de selección definitiva, se atentará contra la idoneidad e independencia que se pretende como méritos relevantes de quienes sean elegidos para el Consejo General, y ésta es, lamentablemente, la situación.

Ocurre que los exámenes y ponderación cualitativa de aspirantes a ser elegidos como consejeros del INE muestran visos de opacidad que generan sospechas respecto de los bloques que se presentan, por lo que no obstante la claridad y pulcritud de los procedimientos de designación para la insaculación, sus resultados parecen que estarán viciados desde su comienzo o inicio, lo que resulta singularmente grave para la credibilidad y función a cargo de un organismo tan relevante como lo es el INE. Una institución que ha estado en el centro de la más grande polémica de las últimas décadas sobre la normatividad que la regula y desempeño, al grado que para respaldarlo se han realizado las más grandes movilizaciones ciudadanas de las que se tenga memoria en lo que va de este siglo, cuanto para cuestionar esas mismas expresiones han tenido lugar inéditas declaraciones y acciones por parte del gobierno.

Todo parece indicar que estaremos condenados a disponer de un INE integrado de manera insatisfactoria y que ésta será una materia de futuras reformas, pues independientemente de los resultados que se alcancen en los próximos comicios, estará de regreso el debate sobre los criterios, procedimientos y determinaciones del órgano encargado de la organización de las elecciones y de su garantía de imparcialidad, objetividad y profesionalismo que mandata la Constitución y que están llamados a ser personificados por las resoluciones de su Consejo General y por el desempeño de quienes lo integran.

Un punto a consideración de la agenda futura es que si a la manera que hicieron los atenienses pudiera contemplarse el hermanar la práctica de la insaculación o sorteo con un carácter rotativo para los mismos, de modo que los electos lo sean por un plazo limitado para un periodo de ejercicio mayor, y así sean nuevamente insaculados de entre quienes han sido nominados, lo que permitiría reemplazar provisionalmente a aquellos y repetir sucesivamente el ejercicio.

La ocupación del cargo no debe ser posesión y menos apropiación en el caso de los consejeros del INE, pues de ser así se enajenan los principios y se produce disociación sobre la pretensión que anima al órgano, especialmente respecto de consejeros que su función está llamada a consolidar la vida democrática del país; el incumplimiento de su tarea tiende a tener efectos nocivos que pueden ser brutales y regresivos para la consolidación del régimen republicano. Volver a un debate que hunde raíces profundas en discusiones y esfuerzos que han tenido lugar en el país y que parecían superados resulta patético, por decir lo menos.

Los atenienses pensaron así: sorteo y rotación como medios para impulsar la libertad y autonomía de los ministros, de tal manera de que quien ocupa la posición no se apropie de una representación y de una función que tiene carácter público. Sorteo y rotación podrán ser medidas a explorar para mantener un aprendizaje ancestral sobre el comportamiento de la democracia y que emana de quienes la inventaron; sorteo, sin rotación, puede ser una medida que legitime pero que no acredite, como se debiera, la magistratura y dimensión que debe tener la tarea que tienen a su cargo las y los consejeros.

Es cierto que esa dimensión del debate no ha estado en la palestra, pero también lo es que hasta ahora no había estado en cuestionamiento la posibilidad de que los partidos alcanzaron el acuerdo y la votación que requiere el nombramiento de las y los consejeros del INE y que, por tanto, la insaculación aparecía como una medida extrema; ahora no lo es ¿tiempo entonces de sorteo y de rotación?

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